Había estado lloviendo durante todo el día como si el cielo estuviera
tratando de borrar todos nuestros pecados de golpe, en una sola tarde. El agua
corría libre lavando las aceras, y la gente andaba deprisa con sus paraguas
calados hasta los hombros, chocándose unos con otros en la salida del metro.
Yo miraba nerviosa por la ventanilla como la lluvia se escurría deprisa por
el cristal. Llevaba nerviosa todo el día, pero aquél estaba siendo el pico más
álgido de excitación: me temblaban las piernas, me temblaba la voz, y lo único
que pude hacer fue encogerme un poco más sobre mí misma y fijar la vista en las
gotas estrellándose contra el vidrio.
<<El vino no me ha tranquilizado nada>> pensé. <<Quizá
debería tomar algo más...>>. Justo en ese instante un recuerdo cruzó
mi mente a toda prisa... en las películas siempre se dice que para vencer el
miedo a hablar en público hay que imaginarse a la gente desnuda. Sopesé durante
un instante si sería buena idea aquella extraña teoría para calmarme un poco,
pero cuando te miré ya no llevabas el jersey que tenías puesto hacía un minuto.
<<Es imposible que se lo haya quitado tan rápido... y menos
aquí>>. Mi cabeza luchaba para entender como en ese pequeño
habitáculo habías tenido tiempo de quitarte una prenda sin que yo me percatase
de tal hazaña estando situados a escasos veinte centímetros el uno del otro. ¿O
acaso era producto de mi imaginación?
Corrimos deprisa calándonos bajo la tormenta hacia la puerta del local, que ya estaba
abarrotado de gente.
-
Nos merecemos una cerveza - dije sacudiéndome el agua mientras te miraba de
reojo, y justo en ese instante vi que habían desaparecido tus pantalones. Madre
mía.
A nuestro alrededor nadie más parecía percatarse de este detalle, así que, muda
por la sorpresa, decidí levantar la vista hasta tus ojos y olvidar que poseías
un cuerpo de cintura para abajo.
Los minutos transcurrían y cada vez hacía más y más calor en aquel lugar. Me
estaba resultando imposible escuchar la música o tratar de seguir la
conversación pues en el momento en el que mi vista se relajaba apartándose de
tu cara por un segundo, perdías una prenda. Y esto sucedía todas y cada una de
las veces sin poder hacer nada para evitarlo, hasta que, finalmente, no te
quedó nada por perder.
Mis pulsaciones iban cada vez más deprisa, y no estaba siendo capaz de
pronunciar una palabra seguida de otra. Estabas allí. Desnudo. No había
barreras físicas entre tu cuerpo, ese que tanto me había hecho enloquecer otras
noches, y mis pupilas dilatadas.
Mi corazón había empezado a bombear tanta cantidad de sangre que creí que va a estallar
de un momento a otro dejándome el pecho en zona cero.
Tenía la boca seca de la
excitación, y mirar con lujuria tus ojos verdes hacía que desease con todas mis fuerzas que me hicieses tuya allí mismo, que acabaramos abrazados sobre la barra con nuestros cuerpos convulsionando, presos de un brutal orgasmo...
-¿Estás bien? Tienes las mejillas encendidas...
¿Tienes mucho calor?- Tu voz me trajo de nuevo de vuelta a la realidad. – Sí, estoy muy bien- acerté a decir con
voz queda. - Oye, dime una cosa… ¿Tú por qué
crees que se dice que para vencer los nervios hay que imaginarse a las gente
desnuda?
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