martes, 12 de junio de 2012
Tras una botella de tequila
Quedábamos a escondidas y yo siempre te miraba embobada, miraba esos ojos azulesogrises clavados en mí.
¡Qué bonita eres!, me decías. Y me comías a besos detrás de todas las puertas y delante de todas las barras de los bares de la ciudad.
viernes, 8 de junio de 2012
PETER PAN Y WENDY
Aun recuerdo aquel día, el último que nos tomamos unas copas juntos en mi casa.
Recuerdo unos gin-tonics en el salón, y que pusimos música y bailamos, charlamos y nos reímos hasta el amanecer. Yo me senté a tu lado, dejé mi copa en la mesa, te miré a los ojos y tomándote la mano te pregunté que cuál era aquella canción que te recordaba a mí. "Nothingman", dijiste. Nothingman. Un escalofrío recorrió mi espalda y sonreí. Te seguían comiendo tus demonios. Sin embargo, yo también sentía la conexión en tus palabras. Nothingman.
Hoy el Vitalogy es un álbum prohibido, Nothingman se esconde agazapada en él. Me recuerda a ti, como tantos otros discos, como tantas otras melodías que no deben ser escuchadas. Me recuerdan a cuando íbamos de camino a Lisboa, con la ilusión puesta en las vacaciones, en el camino, con el anhelo de llegar y descubrir. A las idas y venidas de Madrid en el coche, con la bolsa de la Fnac llena de regalos intercambiados, y las ganas de llegar a casa para abrir aquellos libros, enseñarnos los dibujos o poner aquella película para verla cuanto antes.
Como dos niños pequeños, jugábamos a ser Peter Pan y Wendy volando por el cielo agarrados de las manos.
MAÑANA DE INVIERNO
Las nubes
rosas y naranjas enmarcaban el cielo. Coloreadas por el vaho que proyectaban
sobre ellas los rayos de un Sol que acababa de desperezarse por primera vez
aquel día.
Seguramente, aquella mañana de invierno, estuviese ante un paisaje digno de acabar reflejado por un pincel en manos de un artista, pero ella ni siquiera alzó la mirada para verlo.
Hacía frío, mucho frío. El termómetro marcaba varios grados bajo cero.
Le dolían los pies y las piernas cansadas. Llevaba ya muchos días y tantas noches caminando sin rumbo, simplemente por caminar, para ver si así pesaba menos.
No sabía cómo era capaz de caminar, o, siquiera, sostenerse en pie. Supuso que quizá el leve viento que se había levantado tenía algo que ver con ello, que la impulsaba hacia delante y ella se dejaba hacer. Supuso que era imposible que andara por su propio pie, pues no corría una gota de sangre por sus venas.
Hacía ya varios días que su corazón se había quebrado, y había perdido sus trozos.
Vacía, como una muñeca rota, la sangre no podía fluir y mantenerla viva.
Seguramente, aquella mañana de invierno, estuviese ante un paisaje digno de acabar reflejado por un pincel en manos de un artista, pero ella ni siquiera alzó la mirada para verlo.
Hacía frío, mucho frío. El termómetro marcaba varios grados bajo cero.
Le dolían los pies y las piernas cansadas. Llevaba ya muchos días y tantas noches caminando sin rumbo, simplemente por caminar, para ver si así pesaba menos.
No sabía cómo era capaz de caminar, o, siquiera, sostenerse en pie. Supuso que quizá el leve viento que se había levantado tenía algo que ver con ello, que la impulsaba hacia delante y ella se dejaba hacer. Supuso que era imposible que andara por su propio pie, pues no corría una gota de sangre por sus venas.
Hacía ya varios días que su corazón se había quebrado, y había perdido sus trozos.
Vacía, como una muñeca rota, la sangre no podía fluir y mantenerla viva.
jueves, 7 de junio de 2012
MI NUBE
MI nube.
Mi nube
AZUL.
Mi nube
PASAJERA.
Que una vez
me regaló una Estrella.
Y se llevó
la Luna debajo del brazo.
MADRUGADA
Llegó de madrugada, y el espejo del ascensor no la miró con cara de derrota esta vez.
Sacó las llaves del bolsillo. '¡Chist!, no hagas ruido, es tarde ya'.
Él recorrió el pasillo yendo hacia la cama, y ella le siguió contando las prendas que quedaban por el camino. Se tumbó a su lado, y miró sus ojos burbujeantes por el alcohol de la noche. La luz tenue. Hablaron cómplices riendo de las cosas que acababan de vivir juntos, como si no importara nada más que lo que tenían entre esas cuatro paredes.
Los dedos de ella se encontraron acariciando el perfil de la mandíbula, unos labios de los que ya conocía el sabor y, sin embargo, necesitaba probarlos una y otra vez. Él la miró, como si fuera la primera vez que la veía en toda su vida, con esos ojos que podían traspasar su alma.
'Me encanta que estés aquí conmigo', dijo ella sonriendo y sintiendo su piel erizarse a medida que pronunciaba cada palabra.
EL SOL MUERE SOBRE EL TAJO
No habíamos puesto aun un pie sobre el asfalto, y el
ambiente ya olía a humedad, ese olor tan típico de una ciudad que se abre al
océano.
Recuerdo que caminamos a la par, sin prisa, sobre las
pulidas piedras, cuesta arriba, cuesta abajo, mirándolo todo con los ojos bien
abiertos y una sonrisa asomando en los labios.
Ya caía el sol tras los edificios gastados, bañándonos
con su luz anaranjada por última vez en el día, dejando un reflejo de color
plata sobre el río Tajo. El primer atardecer en Lisboa se cernía primero sobre
el Barrio Alto, y posaba lentamente su magia sobre mi rostro marcado por los
seiscientos kilómetros que había dejado atrás.
Te miré de reojo, y vi que los últimos rayos de sol se
enredaban en los incipientes pelos rojizos de tu barba. Sentí un
escalofrío de felicidad el saberme la suerte de poder tener para mí sola
esa imagen, de poder alargar la mano despacito y acariciar tu piel surcada por
los palos que te ha dado la vida. De querer cicatrizar a besos todas las heridas
abiertas que hay todavía en ti. De ser yo, y nadie más, quien estaba viviendo
esos instantes agarrada a tu mano, caminando sin rumbo siguiendo el camino que
trazaban los raíles del tranvía.
Y entonces pensé, que no sabía cómo alguien había
podido dejarte naufragar alguna vez. Y me prometí a mi misma en una calle
cualquiera a orillas del río, que si estaba a mi alcance nunca volvería a dejar
que te ahogaras, pues siempre sería capaz de arrancar una puerta y construir
con mis manos una balsa para poder salvarnos.
EL MONSTRUO
Y el monstruo nos acechaba.
Desde mis entrañas.
Se comió todo.
La noche quedó desierta,
sin estrellas,
sin tus ojos plateados,
sin tu sonrisa de medio lado.
Y me devoró lentamente.
Recuerdo que yo gritaba
recuerdo pedir que me soltara
con la voz sorda.
Pero no ocurrió.
Se apoderó de mi ser,
tiñiendo de oscuridad mi alma.
Me apresó en su locura.
Estallaron todas las bombas
a nuestro alrededor,
una mina de desolación
sobre la
moqueta de la habitación de hotel.
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