viernes, 8 de junio de 2012

MAÑANA DE INVIERNO






Las nubes rosas y naranjas enmarcaban el cielo. Coloreadas por el vaho que proyectaban sobre ellas los rayos de un Sol que acababa de desperezarse por primera vez aquel día.
Seguramente, aquella mañana de invierno, estuviese ante un paisaje digno de acabar reflejado por un pincel en manos de un artista, pero ella ni siquiera alzó la mirada para verlo.
Hacía frío, mucho frío. El termómetro marcaba varios grados bajo cero.

Le dolían los pies y las piernas cansadas. Llevaba ya muchos días y tantas noches caminando sin rumbo, simplemente por caminar, para ver si así pesaba menos.


No sabía cómo era capaz de caminar, o, siquiera, sostenerse en pie. Supuso que quizá el leve viento que se había levantado tenía algo que ver con ello, que la impulsaba hacia delante y ella se dejaba hacer. Supuso que era imposible que andara por su propio pie, pues no corría una gota de sangre por sus venas.
Hacía ya varios días que su corazón se había quebrado, y había perdido sus trozos.
Vacía, como una muñeca rota, la sangre no podía fluir y mantenerla viva. 



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